Susana Lino
Todo comenzó con un “está bien, lo voy a intentar”. Esa fue mi respuesta luego de que mi hermana me convenciera para que formáramos parte del voluntariado del IGER como orientadoras. Y esas fueron las palabras que me han permitido escribir estos párrafos.
En ese entonces yo acababa de cumplir 17 años y cursaba el último grado del Bachillerato. Minutos antes de llegar al círculo de estudio para tener mi primera experiencia como orientadora voluntaria, me pregunté: “¿Por qué me he metido en esto, si yo ni siquiera estudié magisterio?”. Es curioso porque, hasta ese momento de mi vida, jamás me había llamado la atención la educación; según yo, no tenía afinidad con ese tema. Pero estaba bien… ¡lo iba a intentar! ¿Qué perdía?