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Comunicación ASEC

27 julio 2021

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El corazón del IGER

Susana Lino

 

Todo comenzó con un “está bien, lo voy a intentar”. Esa fue mi respuesta luego de que mi hermana me convenciera para que formáramos parte del voluntariado del IGER como orientadoras. Y esas fueron las palabras que me han permitido escribir estos párrafos.

 

 

En ese entonces yo acababa de cumplir 17 años y cursaba el último grado del Bachillerato. Minutos antes de llegar al círculo de estudio para tener mi primera experiencia como orientadora voluntaria, me pregunté: “¿Por qué me he metido en esto, si yo ni siquiera estudié magisterio?”.  Es curioso porque, hasta ese momento de mi vida, jamás me había llamado la atención la educación; según yo, no tenía afinidad con ese tema. Pero estaba bien… ¡lo iba a intentar! ¿Qué perdía?

Poco a poco fui sintiendo  interés por la educación. Al conocer más la metodología del IGER, me di cuenta de que mi función no era la de “ser maestra”, sino “orientadora”, que es diferente. Un orientador u orientadora no da clases magistrales como lo plantea la educación tradicional; más bien, resuelve las dudas de las y los estudiantes y hace diferentes actividades para repasar el contenido aprendido durante la semana. Al convivir con ellas y ellos, que son jóvenes y adultos que en su mayoría trabajan y poseen infinidad de responsabilidades, te das cuenta de que también aprendes; sobre todo porque, a pesar de las dificultades que cada uno pueda tener, su compromiso, disposición y esfuerzo por cumplir la meta de culminar sus estudios y continuar aprendiendo, están presentes.

 

 

Así como yo, cientos han sido las y los orientadores voluntarios que desde 1979 han acompañado el proceso de aprendizaje de estudiantes del IGER. Antes del 2020 esto se hacía un día a la semana, comúnmente durante el sábado o domingo: educandos asistían al círculo de estudio y allí se reunían con sus orientadores, cumpliendo así el último paso de la metodología. Pero, desde que surgió la pandemia por Covid-19, los orientadores han tenido que buscar diferentes estrategias para continuar con el acompañamiento a sus estudiantes. Muchos utilizan la tecnología para llegar a ellas y ellos a través de grupos de WhatsApp, videoconferencias, mensajes de texto, entre otros medios.

 

A pesar de ello, la realidad en cada departamento, pueblo y comunidad es diferente; a muchos se les dificulta ofrecer una orientación a distancia ya que se carece de señal de internet o línea telefónica.  Por tal motivo, algunos continúan reuniéndose ciertos días al mes para resolver las dudas de los estudiantes, siempre tomando las medidas de bioseguridad.

 

 

Lo que para mí comenzó como un titubeo se convirtió en un compromiso, y en algo que disfrutaba. Cinco años después de haber iniciado como orientadora voluntaria, vino una responsabilidad mayor: ser encargada de círculo. Como parte de las funciones que se tienen en este rol está la asignación de los cursos a los diferentes orientadores que se ofrezcan a colaborar, planificar calendarios, recibir y socializar al equipo de voluntarios la información que se proporciona desde el IGER central, entregar cuadros de notas, asistir a las reuniones de encargados que se realizan una vez por semestre y cubrir a algún compañero que no haya podido asistir a las orientaciones. En fin, las y los encargados son quienes representan a cada círculo de estudio. Muchos, incluso, son las y los fundadores del mismo.

 

 

Ahora, 11 años después de haber iniciado como orientadora y luego encargada, formo parte del equipo de colaboradores del IGER. Esto me ha permitido convivir, desde este lado, con encargados de círculo a nivel nacional. Es interesante, conmovedor y esperanzador conocer sus experiencias. Aunque son diversas, tienen algo en común: creen en la educación y en la importancia de esta en la vida de toda persona. A pesar de que la aparición del Covid-19 ha presentado un gran desafío en los círculos de estudio -así como en muchos aspectos de la vida-, es impresionante ver cómo las y los educandos se mantienen optimistas y propositivos en esta época de incertidumbre; esto es vital para motivar a los orientadores, pero, en especial, a las y los estudiantes para que no se den por vencidos.

Estos años me han permitido identificarme con el IGER, por lo que puedo afirmar que el que yo misma me haya dado la oportunidad de ser orientadora y luego encargada de círculo fue una de las mejores decisiones de mi vida. Esta institución ha estado allí en mi crecimiento profesional y también personal.

 

 

Como orientador o encargado de círculo -y otros con esta experiencia no me dejarán mentir- es satisfactorio ver que un estudiante, a quien has observado que se esfuerza, se propone y se alienta a sí mismo, alcanza la meta de finalizar sus estudios. Eres testigo de todo su proceso, y es reconfortante presenciar también la alegría y orgullo que irradian sus familiares y amigos ante tal logro. Son un ejemplo para la sociedad, una evidencia de que, si te propones algo, puedes conseguirlo.

 

 

No hay duda: las y los estudiantes son el propósito y la motivación del IGER, pero las y los orientadores y encargados son quienes lo hacen latir, quienes colaboran para que el derecho a la educación llegue a todas las personas, como debería de ser. Son el corazón, que bombea y hace que la institución funcione y se mantenga llena de vida.